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(cOsAsDiveRTIdAs:238858) El dinero del futbol y la cadena de la impunidad (politica)

 

El dinero del fútbol y la cadena de la impunidad
http://marcospaz.com.ar/?p=41979
Por Luis Domenianni

Corría el año 1939 y en una conferencia en la ciudad de La Plata, el filósofo español José Ortega y Gasset nos dejaba una solicitud y un mandato. Fue su célebre "¡Argentinos, a las cosas!".

Tres cuartos de siglo después, con un país sacudido por la inflación, con una corrupción enseñoreada, con inseguridad generalizada, con casi ningún amigo en el mundo, los argentinos nos ocupamos... de las transmisiones de fútbol por televisión.

Es la nueva gran batalla del progresismo K. Es el sendero por donde cruza obligatoriamente la transformación. Es el tema que altera los nervios de la presidente de la República y del que se ocupa, personalmente, el Jefe de Gabinete.

Porque ¿A quién puede importarle que el costo de vida suba por encima del 3 por ciento mensual, si está en condiciones de ver los partidos de Quilmes o de Tigre? ¿Puede acaso alguien indignarse por la vinculación de funcionarios de primerísimo primer nivel en cuestiones de corrupción, si le es posible abstraerse con los partidos de Atlético de Rafaela?

¿Es posible distraer siquiera un minuto en analizar por qué Argentina no es un país confiable en el mundo, si Argentinos Juniors o Belgrano ocupan la pantalla chica? ¿La inseguridad da para una preocupación, individual y colectiva, cuando todas las semanas es posible ver a Boca, River, San Lorenzo, Racing y hasta el descendido Independiente?

En la Argentina K, decididamente, no.

¿Futbol, política o plata?

El futbol es un deporte que se practica, en su máximo nivel, profesionalmente. No, eso era antes.

El fútbol es una profesión deportiva. No, eso también era antes.

El fútbol es el paradigma del capitalismo. Ahí, nos acercamos más al presente.

El fútbol, como paradigma del capitalismo, mezcla espectáculo y finanzas con corrupción. Ahí, ya estamos.

El fútbol es espectáculo, capitalismo, corrupción y... apuestas. Ahora pasamos al futuro. Y en el futuro, estamos con Cristóbal López.

Pero es que si alguien creyó por un minuto la fábula de la despolitización y la profesionalización de Fútbol para Todos, merece la condecoración de la Gran Orden del Inocente.

Seguramente, más de una razón habrá influido para que Jorge Capitanich haya dejado, transitoriamente, la gobernación del Chaco para convertirse en Jefe de Gabinete de un gobierno derrotado abrumadoramente en las urnas. Pero, tratándose de un kirchnerista, nunca hay que perder de vista las cuestiones económicas. Económicas del propio bolsillo, claro.

Desde que hace que gobierna, Capitanich perdió un sinnúmero de batallas. Debió desdecirse, varias veces, al día siguiente, de cuanto había dicho el día anterior. Debió soportar desmentidas y enmiendas presidenciales, por lo general, con la escasa elegancia que caracteriza a la Jefe del Estado. Es más, aguantó un desplante mayor cuando el encargado de transmitir el desacuerdo presidencial con sus anuncios fue su subordinado, Axel Kicillof.

Tanto estoicismo no podía sino corresponderse con algún objetivo superior.

Desde ya que no era la posibilidad de una candidatura presidencial por el kirchnerismo. Uno no es adivino, pero no parece muy arriesgado afirmar que un candidato K, autodefinido como tal, tiene escasísimas chances de ganar una elección.

Fútbol para todos fue la respuesta al interrogante. Sí, Capitanich aceptó malos tratos, histerias, desmentidas, desautorizaciones y toda la amplísima gama de tratamientos K a cambio de su manejo de Fútbol para todos. Después de todo, semejante tema estratégico es jurisdicción de la Jefatura de Gabinete.

Es que el manejo de Fútbol para Todos significa el manejo actual de casi 2.000 millones de pesos por año y la participación en el manejo futuro, no muy lejano, de las apuestas. Y en aras de todo eso, Capitanich, con absoluto patriotismo, se inmola sin dudarlo.

El negocio

Siempre desde su creación, agosto del 2009, Futbol para todos estuvo en la órbita de la Jefatura de Gabinete. Por aquel tiempo, desempeñaba el cargo el inefable Aníbal Fernández, que luego pasó a Juan Manuel Abal Medina.

Con el primero y, fundamentalmente, con el segundo, el programa cayó, paulatinamente, a manos de La Cámpora. Mientras ello ocurría, el Estado incrementaba sus aportes cuyo destino era, principalmente, la Asociación del Futbol Argentino.

Claro que a la AFA solo llegaba un porcentaje del dinero, el resto iba a parar a una productora que se encargaba de pagar los sueldos a la legión de relatores, comentaristas, analistas y colaboradores. Nadie sabe muy bien cuál es la diferencia entre comentaristas y analistas, pero no importa, lo importante es incrementar los gastos.

Entonces, el Estado le paga a la AFA, que le paga a la productora –de nombre "El Farolito"- que le paga a los que relatan y analizan. Obviamente, en el pase de manos entre la AFA y la productora están los retornos.

Y Capitanich debía producir una revolución para quedarse con el negocio, hasta aquí en manos de La Cámpora. Debía buscar un mecanismo que le asegurase una participación futura aun cuando dejase de ser Jefe de Gabinete.

Es que el negocio para mañana no es Futbol para todos, siempre pendiente de una volátil decisión política, sino el sistema de apuestas a ser implementado.

Claro, Capitanich no estaba solo. Nunca estuvo solo. Siempre contó con el aval –aparentemente acordado antes de su asunción- de Carlos Zannini, el poderoso Secretario Legal y Técnico de la Presidencia.

Es que Zannini es la otra pata del acuerdo por las apuestas, el verdadero negocio, el que puede durar muchos años, aún después que el kirchnerismo abandone el poder. Porque se trata de un negocio que deberá el Estado dar en concesión a un operador de juego. ¿Y quién si no Cristóbal López, el zar K del juego en la Argentina?

No se sabe a ciencia cierta, si el arreglo Zannini, Capitanich, Cristóbal López contó o no con el aval de Máximo Kirchner. En rigor, en los mentideros gubernamentales se dice que el acuerdo global existió y que se rompió cuando debieron discutirse los porcentajes, en función de la voracidad del hijo presidencial.

La trama

En todo caso, antes de la crisis, Capitanich tejió con paciencia su trama. Primero, lo primero y resolvió darle continuidad al programa.

Con los relatores y periodistas militantes K y con la mera publicidad oficial, el esquema mostraba patas cortas. Todo iba a quedar desarmado nomás asumiese otro gobierno, ante la imposibilidad de sostener semejante nivel de gasto y la necesidad de desprenderse de los demasiado identificados relatores.

Cosa muy distinta, si de acá en más el programa se despolitizaba e incorporaba publicidad privada.

Para lo primero, Marcelo Tinelli era una garantía. Su larga trayectoria lo obligaba a un grado de profesionalismo que hiciese olvidar al actual periodismo militante futbolero.

Con publicidad privada, el gasto estatal quedaría reducido y la crítica política también.

Todo iba viento en popa hasta que surgió el desacuerdo. Y como suele ocurrir con el kirchnerismo, sin ninguna elegancia, como elefante en el bazar, el acuerdo estalló.

Y entonces, lo que no tenía ninguna importancia, pasó a ser trascendental. Los periodistas militantes que iban a ser despedidos sin más, se convirtieron en "los compañeros a los que hay que proteger".

Tinelli, cuya presencia era "un sapo" que el militante radial Víctor Hugo Morales estaba dispuesto a "tragar", pasó a ser un improvisado que solo aportaba un "logo". Los nuevos relatores, prestos todos ellos para ganar una fortuna con los impuestos que aportan los argentinos, debieron olvidarse de sus proyectos.

Y Capitanich, para variar, fue desautorizado con un estentóreo "me tienen harta" de la Presidente.

¿Se irá Capitanich? En la Casa Rosada, murmuran que sí, aunque un poco más adelante. El asegura que no. La solución al dilema está en saber si con la caída del nuevo Futbol para Todos, también cayó el proyecto de las apuestas. Claro que sin el nuevo Futbol para Todos, Zannini no precisa de Capitanich.

Aumentos

Escuchar o leer el discurso presidencial de principios de la semana pasada –obviamente, ya quedó en el olvido- es someterse a una difícil prueba de realismo. Luego de la palabra presidencial, el oyente se pregunta si vive en el mismo país que Cristina Kirchner.

Es que según la Presidente, en la Argentina aumentó todo menos... los precios. Aumentó todo, menos... el dólar. Aumentó todo, menos... las tasas de interés. Aumentó todo, menos... la delincuencia. Aumentó todo... menos el narcotráfico. Aumentó todo, menos... la corrupción.

Como en una burda repetición de puestas en escena repetidas hasta el cansancio. La Presidente habla y la claque aplaude. Todo está perfecto. Un setenta por ciento del país votó en contra hace tres meses, pero eso nadie lo tiene cuenta, aún si las cosas empeoraron desde entonces.

Y luego, como siempre, buscó culpables. Esta vez fueron los empresarios y los sindicalistas. También quienes compran dólares, aunque haya sido el propio gobierno quien los autorizó.

Al igual que Capitanich, la presidente amagó con quitar los subsidios al consumo energético a quienes compran dólares con autorización. A primera vista, parece tener algo de lógica ¿Por qué subsidiar a quien tiene capacidad de ahorro? A poco de andar, deja de tenerlo ¿Por qué solo dejar de subsidiar a quien usa su capacidad de ahorro para comprar dólares? ¿Y si, en lugar de comprar dólares, hace plazos fijos, ahora que las tasas de interés suben, entonces hay que subsidiarlo? No resiste.

La conspiración

Pero, la razón de ser de la aparición presidencial hay que buscarla por el lado de la conspiración peronista para desalojarla del poder.

De esa conspiración larvada que de a poco toma forma y de la que el Diputado Jorge Yoma solo es un vocero no autorizado.

Es la conspiración de la supervivencia. Para subsistir en el poder, los caciques peronistas deben borrar, de un trazo si es posible, su inmediato pasado K. Y para ello, nada tan creíble como ser los responsables de una eyección parlamentaria y constitucional de la Presidente.

Sí, está la frase de Yoma acerca del abandono anticipado del poder, pero también están las disputas con La Cámpora, en las que algunos Intendentes del Gran Buenos Aires "cayeron" recientemente, o la frase del ultra K, Carlos Kunkel que reacomoda los tantos para apoyar a Daniel Scioli.

Cristina Kirchner salió a hablar por cadena nacional para contrarrestar la conspiración. De allí su tono, de allí su retorno a la confrontación, de allí sus advertencias a sindicalistas y empresarios.

Es que la conspiración viene de todos lados, menos de la oposición, la única seriamente preocupada por el cumplimiento de los plazos constitucionales porque se ilusiona con que dicho cumplimiento le augura mejores resultados.

Y se vuelve a equivocar. Ese papel ya lo birló Sergio Massa. En la Argentina de Peronlandia, oficialismo y oposición se hace desde el peronismo.

Entonces, peronismo ahora no K para voltear a Cristina Kirchner pronto, y peronismo ahora no K para reemplazarla, en tiempo y forma, en el 2015.

Quizás la única que se da cuenta es, como suele serlo, la más clara: Elisa Carrió, cuando abre una puerta a Mauricio Macri. El resto, tal vez con la excepción hasta cierto punto de Hermes Binner, parece un colectivo solo preocupado por su supervivencia individual.

Pero, a no confundirse, la cadena nacional de Cristina Kirchner no constituye un intento de resistencia, sino de venta cara de la derrota.

Es que el precio que Cristina Kirchner pretende cobrar para ahora, para mañana o para el 2015 es el de la impunidad. Y su impunidad vale proporcionalmente al momento de su salida.

Es más caro ahora, ya y mucho más barato en diciembre del 2015. Cualquier intento de desalojarla rápidamente del poder implica el riesgo de cortar el delgadísimo hilo de la constitucionalidad de los hechos.

Aún, si el procedimiento es perfecto –de acuerdo con lo que prescribe la propia Constitución- el nuevo gobierno enfrentará problemas en la ONU, en la OEA y, sobre todo, con los amigos bolivarianos del kirchnerismo. Deberá superar un aislamiento.

Todo se soluciona con una renuncia de Cristina Kirchner pero eso equivale a... impunidad.

Y, el problema no acaba ahí ¿Cómo se hace para que dicha impunidad no dure lo que un suspiro? ¿Cómo se la garantiza?

Imposible. No hay forma. Primero, porque a las palabras se las lleva el viento. Segundo, porque a las leyes también se las lleva el viento.

No. Cristina Kirchner no se puede ir antes. Al menos, por su propia voluntad. Deberá seguir hasta diciembre del 2015. El problema es ¿Qué queda después?

 

 

 

 

 



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