De: Julio Cesar Ortiz
ERA UNA HERMOSA MAÑANA. Era una hermosa mañana de primavera y Anita estaba, como siempre, sentada en su silla de ruedas en el jardín. La vista hacia la playa era hermosa y su madre decía que la brisa marina le haría muy bien. Eran sus padres muy buenas personas y habían comprado aquella casa con la esperanza de que el clima de la costa hiciera un milagro, ya que en sus cortos 5 años, la niña, inexplicablemente, no podía caminar. Estaba la madre en casa, ocupada en sus quehaceres cuando oyó que la niña gritaba... - ¡Mamá, mamá! - Rápidamente corrió a su lado. - Hay algo dentro de ese arbusto - señaló. La madre cuidadosamente apartó las ramas y encontró allí una pequeña golondrina que inútilmente aleteaba en un esfuerzo desesperado por escapar. - Tiene un ala quebrada - dijo la mamá. - No podrá volar -. - Dámela a mí - dijo Anita - Yo la cuidaré -. Había en los ojos de la niña un brillo especial...Una emoción que su madre nunca antes había visto en ella. Anita tomó entre sus manos la temblorosa avecilla y con esmero se dedicó a cuidarla como si hubiese sido su propia hija. Y así pasaron las semanas... Ya comenzaba el verano...Anita estaba en el jardín, sentada en su silla, con la golondrina en su regazo. La tarde comenzaba a pintarse de dorados y rosas y la espuma de las olas parecía más blanca que de costumbre. La tibia brisa movía los cabellos de la niña cuando una bandada de golondrinas se acercó volando por la playa...Venían con sus alas casi tocando la arena y luego en grupo se elevaron y pasaron sobre la niña y el jardín. La golondrina que Anita tenía entre sus manos comenzó a inquietarse. Quería liberarse y extender sus alas. Anita se dio cuenta de que la pequeña golondrina, que había sido su alegría en los últimos días, estaba lista para partir. En ese momento tuvo sentimientos encontrados: la alegría de haberla salvado y el temor de no volver a verla nunca más. Podría mantenerla en una jaula, pensó, pero no sería feliz. Entonces, la acercó hasta su boca, besó su pequeña cabecita y levantó ambas manos hacia el cielo...Ante sus ojos la golondrina extendió sus alas y alzó el vuelo. Comenzaba a refrescar la brisa cuando la madre miró por la ventana... Un grito se atoró en su garganta. ¡No podía creer lo que estaba viendo! Con las manos alzadas hacia el cielo, de pie frente a la silla de ruedas, Anita tenía la vista fija en el horizonte. La bandada de golondrinas aun daba vueltas y hacía piruetas sobre la arena y las olas. Al año siguiente, en la primera semana de primavera, Anita fue despertada por un revolotear en su ventana. Al correr las cortinas vio una golondrina que golpeaba el vidrio con su pico. ¡Había regresado! Esa mañana, Anita corrió por la playa seguida por la golondrina y ambos eran los seres más felices de este planeta! Desconozco autor El carpintero del corazón de oro Érase una vez un pueblo muy, muy lejano, en el que vivía un carpintero muy especial: Jonás era el carpintero del barrio y aunque tenía su pequeño taller varias calles más abajo, todo el vecindario sabía que podía acudir a él, ya que tenía un corazón de oro y ayudaba a la gente sin pedir nada a cambio, salvo una sonrisa de agradecimiento. -La puerta ha quedado perfecta-, indicó Jonás mientras comprobaba las bisagras por última vez. A continuación recogió su caja de herramientas y se despidió de sus vecinos sin querer cobrarles nada por el trabajo, ya que sabía que aquella gente era muy pobre y no tenían apenas dinero. Ya en la calle se encontró con Alonso, su buen amigo el zapatero, con el que se detuvo a charlar animadamente hasta que el reloj de la torre de la iglesia le indicó que era hora de volver a casa. A su regreso a la carpintería Jonás dejó la caja de herramientas encima de la mesa y se quitó el mandil para dejarlo colgado de una percha de la pared, pero en ese momento algo llamó poderosamente su atención: allí, encima de la mesa, justo al lado de la caja de herramientas, había una bonita y reluciente moneda de oro. -¿Quién habrá olvidado aquí esta moneda?-, pensó mientras se rascaba la cabeza con la mano derecha. -Seguramente se la habrá dejado olvidada alguno de mis clientes- concluyó mientras cerraba la puerta del taller para dirigirse a casa. Jonás pasó toda la noche pensando quién podría ser el dueño de aquella moneda y solo se le ocurrió que ya que no podía saber a quién pertenecía, lo mejor sería entregársela a Juana, una señora del barrio, muy pobre y con muchos hijos; de modo que al día siguiente, de camino a la carpintería, entregó la moneda a la mujer que se puso muy contenta. Ya en el taller sus tareas le mantuvieron ocupado hasta la hora de comer y fue en aquel momento, al dejar el martillo encima de la mesa, cuando observó un resplandor dorado similar al del día anterior, solo que en esta ocasión no se trataba de una si no de dos enormes y relucientes monedas de oro. Jonás abrió unos ojos como platos ya que en esta ocasión no podía tratarse de otro descuido de manera que, aún sorprendido, optó por guardarse las dos monedas en el bolsillo del pantalón. Aquella tarde recibió la visita de otro vecino. El hombre acudía a pagar al carpintero por haberle arreglado el tejado de su casa, pero con lágrimas en los ojos le dijo que le era imposible pagar, pues no tenía trabajo ni dinero. Jonás le escuchó atentamente y le contestó sonriendo: -no debes preocuparte; no hace falta que me pagues nada-. El hombre agradecido le abrazó y Jonás salió a despedirle hasta la calle de forma que cuando entró de nuevo en el taller encontró otras dos monedas de oro brillando encima de la mesa. El carpintero, incrédulo, se frotó los ojos al descubrir este nuevo tesoro y apresuradamente las recogió y se las guardó en el bolsillo junto a las otras. Durante toda la noche y el día siguiente el buen carpintero estuvo buscando una explicación a lo sucedido y llegó a una conclusión: cada vez que ayudaba a alguien, recibía una recompensa en forma de monedas de oro. Para tratar de comprobar su teoría recogió la caja de herramientas y acudió a la casa de un vecino al que tenía que arreglarle una ventana. Una vez en su casa le arregló el marco de la ventana y no solo no le cobró sino que además le ajustó una bisagra de la puerta que chirriaba. Después de recibir el agradecimiento del buen hombre, Jonás corrió hacia su taller apresuradamente, abrió la puerta y....¡¡efectivamente!!, encima de la mesa aparecían cuatro monedas de puro oro. Jonás cerró la puerta tras de sí y la atrancó con un cerrojo; recogió las monedas y las guardó juntó con las demás. Así fueron pasando los días y Jonás fue amasando una fortuna, aunque también y sin darse cuenta, su codicia también iba en aumento. Hasta que un buen día el carpintero entregó una limosna a un ciego a la puerta de la iglesia y corrió al taller esperando su recompensa. Cual fue su sorpresa cuando en lugar de una pieza de oro lo que había encima de la mesa era una vulgar moneda de hierro. Confundido, el carpintero salió de nuevo a la calle y a la primera persona que se encontró le entregó una cantidad de dinero aún mayor que la del ciego; a continuación entró corriendo al taller y buscó y rebuscó sus monedas de oro: Revisó el banco de trabajo, arrojó al suelo toda la herramienta e incluso se arrodilló delante de la mesa para buscarlas por el suelo; pero lo único que halló fueron dos miserables monedas de hierro. Enfurecido y aterrado optó por llevar su tesoro al Banco de la ciudad para ponerlo a salvo, así que recogió su cofre de monedas y salió. En el camino se encontró con su amigo el zapatero que le saludó cortésmente pero Jonás, mas preocupado por su dinero que por sus amigos, no tuvo tiempo de responder al saludo. Todos los días acudía el carpintero al banco a contar sus monedas. Se había convertido en una persona desconfiada, malhumorada y con un corazón de hierro. Pero una mañana, al abrir el cofre, descubrió que sus amadas monedas doradas se habían convertido en vulgares monedas de hierro. Furioso por el engaño pidió explicaciones pero nadie en el banco se las pudo dar, de modo que Jonás tuvo que darse por vencido y echarse a llorar. Ya de camino a casa, desolado y cargando con su cofre lleno de monedas sin valor, cruzó por delante de una pequeña herrería. Al verle pasar, un viejo herrero salió a su encuentro para pedirle una limosna. Jonás le miró de arriba a abajo y después de pensárselo unos segundos, sonriendo, le entregó el cofre. El viejo lo abrió y su cara se llenó de una gran alegría, ya que con aquellos trozos de hierro sin valor, podría forjar decenas de herraduras con las que poder dar de comer a su familia. El carpintero le siguió con la mirada mientras el viejo se alejaba feliz con el cofre y, mas reconfortado, continuó su camino. Al llegar a la carpintería se puso el mandil para comenzar a trabajar y entonces observó que encima de la mesa había una reluciente moneda de oro. De esta manera Jonás aprendió que la verdadera recompensa está en ayudar y no en esperar nada a cambio. Desconozco autor. Leyenda. Cuenta una antigua leyenda que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad el verdadero autor era una persona muy influyente del reino y por eso desde el primer momento se procuró un chivo expiatorio para encubrir al culpable. EL hombre fue llevado a juicio ya conociendo que tendría escasas o nulas oportunidades de escapar al terrible veredicto... ¡ la horca ! El juez, cuidó no obstante de dar todo el aspecto de un juicio justo, por ello dijo al acusado: "Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor vamos a dejar en manos de él tu destino." Vamos a escribir en dos papeles separados las palabras culpable e inocente, tú escogerás y será la mano de Dios la que decida tu destino'. Por supuesto el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda 'CULPABLE', y la pobre víctima aún sin conocer los detalles, se daba cuenta que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria. El juez conminó al hombre a tomar uno de los papeles doblados. Éste respiro profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse abrió los ojos, y con una extraña sonrisa hizo su elección, tomó uno de los papeles y llevándolo a su boca... se lo tragó rápidamente. Sorprendidos e indignados los presentes reprocharon airadamente: "¿Pero qué hizo?, ¿y ahora?, ¿cómo vamos a saber el veredicto?" -"Es muy sencillo"- respondió el hombre. "Es cuestión de leer el papel que queda y sabremos lo que decía el que yo elegí". Con rezongos y enojo mal disimulado debieron liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo. Moraleja; Cuando todo parezca perdido, usa la imaginación. "En los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento" Desconozco autor. |
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Somos tal como nos han hecho nuestros pensamientos por lo tanto, ten cuidado con lo que piensas.
Las palabras con cosas secundarias.
Los pensamientos viven y llegan lejos.
Swami Vivekananda
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