Igual que acá... pero distinto... casas más casas menos... molinos más molinos menos... ¿nosotros vamos a declarar monumento histórico a la corrupción ese edificio que tenemos frente al Banco Nación... o el que tenemos al cero de Callao... o el que está frente a plaza Lavalle?... para que nuestros descendientes lo recuerden siempre, siempre...
Hay jueces en Berlín
http://opinion.infobae.com/marcelo-white-pueyrredon/2013/04/11/hay-jueces-en-berlin/
por Marcelo White Pueyrredón
Federico II El Grande nació el 24 de enero de 1712 y murió el 17 de agosto de 1786. En 1739 publicó su obra Anti-Maquiavelo, en la que condenaba a Maquiavelo y abogaba por una mayor exigencia moral para los gobernantes.
En 1740, heredó el trono de Prusia a causa de la muerte de su padre Federico Guillermo I. Le llegó la hora de poner en práctica sus principios, supervisar la labor de sus funcionarios y exigirle el estricto cumplimiento de su deber. Fundó, en Berlín, el Banco Real, que estableció filiales en todo el reino.
En 1744, necesitando más tierras, enfocó hacia los ducados de Silesia y los triunfos militares de Molwitz y Czaslau le aseguraron su anexión. 17 batallas le dieron la fama universal de ser el mejor estratega de su tiempo, una de ellas, la de Leuthen, fue calificada por el mismísimo Napoleón Bonaparte como obra maestra por sus maniobras admirables, dando origen a una nueva escuela de estrategia.
Federico II el Grande fue hombre de trabajo, inculcó a su ejército la resolución de vencer. Tenía un enorme espíritu de justicia. Era irónico y tenía mucha fe en todo, siendo en el fondo un hombre muy modesto como lo demuestran los partes militares en donde señala sus propios errores y juzgaba fríamente sus acciones.
Luego de la batalla de Rosbach, invitó a su mesa a un número considerable de oficiales franceses que eran sus prisioneros. Al darles la bienvenida les saludó con estas palabras:
“Excusadme, señores, si no os puedo agasajar mejor, no os esperaba tan pronto y en gran número”.
No toleraba los chismes ni las intrigas palaciegas. Una vez, la mujer de un cortesano se le quejó amargamente de su marido:
- Majestad, mi esposo me maltrata.
- Eso no es problema mío -, contestó Federico II.
- Pero también habla mal de usted, V.M.
- Eso no es problema suyo -, contestó Federico II.
Su enorme apego a la justicia queda demostrado con la construcción de su magnífico castillo Sans-Souci, que todavía existe. Corría el año 1737 cuando el Sr. Graevenitz comenzó la edificación de un molino de viento sobre un terreno baldío. Diez años más tarde, Federico II El Grande eligió ese sitio para construir el castillo “Sans-Souci”. El molino estorbaba la adaptación de los planos del parque y jardines, entonces envió a su arquitecto para manifestarle la necesidad imperiosa de arrasarlo urgentemente. La respuesta fue negativa por parte del propietario. El rey personalmente llamó a uno de los hijos del Sr. Graevenitz, quien había heredado el molino y le hizo una excelente y muy tentadora oferta de dinero. Ante reiteradas negativas, Federico II El Grande le manifestó que se lo trasladaría al lugar que él eligiera, y que lo liberaba de impuestos a perpetuidad además de indemnizarlo por las molestias. El molinero tampoco cedió ante los generosos y amables ofrecimientos, le tenía mucho cariño a su molino y deseaba conservarlo allí para sus hijos y nietos.
Debido a la obstinada negativa, el rey fastidiado le dijo:
- Tú sabes que puedo quitarte el molino sin darte un solo Groschen.
- Efectivamente Vuestra Majestad, si no hubiera Jueces en Berlín—, contestó el molinero.
Ante semejante respuesta, el monarca absoluto, vencedor de Europa entera, el hombre de mayor prestigio y poder del momento le contestó:
- Está bien, es tu derecho, quédate con tu molino. Yo buscaré otra solución.
Federico II El Grande decidió construir su castillo rodeando el molino, dejándole el ancho de un camino para que sus propietarios pudieran entrar y salir sin tener que pedir autorizaciones. El poderoso monarca tuvo la comprensión de que aquello no significaba su derrota, sino el triunfo del derecho.
El molino subsistió y ha resistido los embates del tiempo. Reyes y molineros que se sucedieron continuaron la buena tradición de excelentes vecinos a pesar de estar enclavado dentro del parque del famoso Castillo de Potsdam, en donde murió Federico II El Grande.
Un siglo más tarde el viejo molino no funcionaba y seguía perteneciendo a un descendiente del Sr. Graevenitz, quien se lo ofreció en venta a Federico Guillermo III por estar casi quebrado financieramente. El rey en homenaje a la memoria de su antepasado dictó el siguiente decreto:
“Los buenos vecinos tienen el deber de ayudarse mutuamente y como vecino del molinero Graevenitz, le remito 2.000 Taler para librarse de sus dificultades económicas y que pueda reparar el molino con el fin de que se conserve como recuerdo eterno del respeto y el amor a la justicia por parte de Federico II El Grande”.
Aún se conserva el molino de Sans-Souci dentro del parque del Castillo de Postdam. Ha sido declarado Monumento Histórico Nacional como símbolo del Derecho y recuerdo de un Rey que jamás doblegó su voluntad ante hombre alguno pero que respetaba a la Justicia y se ha hecho proverbial en el mundo entero lo dicho por el molinero cuando el derecho se impone sobre la arbitrariedad: “Hay jueces en Berlín”.
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