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(cOsAsDiveRTIdAs:227976) Maxima, la argentina errante

 

Máxima, la argentina errante
por Lucio Falcone



Tal como lo narra la leyenda del holandés errante, Máxima Zorreguieta se ha convertido en un barco fantasma que nunca podrá volver a su puerto de origen, condenada a vagar por siempre por los océanos del mundo. Ha dejado de ser por siempre una muchacha argentina para transformarse en la Reina consorte de los Países Bajos. Tal lo que se deduce de las exactas palabras de su esposo y rey, Guillermo Alejandro, en su discurso de coronación: “Máxima ha pasado a ser una perfecta holandesa entre holandeses.”

Para muchos de sus ex compatriotas esto no importa gran cosa. Más allá del falso orgullo que les permite alardear sobre que los argentinos tenemos, ahora, a una reina argentina. Lo que es falso. O suponer que lo único que ha sabido producir Holanda han sido tulipanes y eventualmente un equipo de fútbol bien coordinado y con espíritu ofensivo. Como lo fue la “Naranja Mecánica” en los años ‘70 y que casi nos arruina la fiesta de nuestro mundial ‘78.

La actual monarquía a la que se incorpora Máxima debe su nombre a Guillermo de Orange, famoso rey-guerrero que lideró la primera guerra contra España a partir de 1583. La que perdió el control de los Países Bajos cuando los soldados de su rey, Felipe II, se amotinaron y saquearon Amberes, tras matar a un número considerable de sus habitantes. A partir de allí, los católicos del Sur y del Este holandés apoyaron a los españoles, mientras que los protestantes de Flandes se rebelaron y se segregaron.

La guerra continuó ininterrumpidamente durante 60 años más. Una que se hizo famosa por su crueldad y los pases de factura. Para ponerle fin fue necesario firmar un tratado que haría historia. El de Westfalia, en 1648, que estipuló, entre otras cosas, que ya no habría más guerra por causa de la religión. También, les reconoció a los holandeses su autonomía. Tanto de Alemania como de España.

Una vez libre, Holanda se transformó en una potencia. Llegando a cazar ballenas en las aguas del Océano Ártico; a fundar compañías militares comerciales que monopolizaron el comercio europeo de especies con la India e Indonesia; a fundar colonias por toda la América, como la de Nueva Ámsterdam, que se convertiría en Nueva York, y otras en Sudáfrica, donde se establecieron hasta que el Príncipe de Orange adquirió el control de la que se denominaría como la Colonia del Cabo en 1788. Estas conquistas les valieron a los holandeses el honor de que el siglo XVII fuera reconocido como la “Edad de Oro de los Países Bajos”.

Más allá de estos hechos históricos “menores”, casi con certeza, la mayoría de los argentinos sólo recuerdan la inolvidable final de la Copa Mundial de Fútbol de 1978, en la cual nuestra selección venció a la holandesa por 3 a 1, con dos goles del magnífico Mario Kempes y uno de Daniel Bertoni.
Pero haríamos bien en saber otras cosas.
Como, por ejemplo, que su famosa Compañía de las Indias Occidentales fue un antecedente antiguo de las actuales compañías militares privadas. Verdaderos organizaciones de piratas profesionales. En ese rol, fueron enemigas acérrimas de nuestros antepasados españoles y portugueses. Especialmente de los jesuitas, a quienes combatieron en Japón y en China.
Paralelamente, fueron aliados permanentes de nuestro enemigo histórico: el inglés. Debemos tener presente que, en sus correrías por todo el mundo, esta compañía ocupó temporalmente los territorios de Recife en Brasil y de la Isla de Chiloé y de Valdivia en Chile. De donde fueron expulsados por sus legítimos dueños con armas en la mano.

Algunos dirán que eso fue allá lejos y hace tiempo. Verdad. Pero, el 15 de enero de 1999, en las costas de Magdalena, provincia de Buenos Aires, el barco “Sea Paraná” de la empresa holandesa Shell, derramó 31.500 m3 de petróleo crudo, lo que pasó a constituir el mayor derrame de petróleo ocurrido en agua dulce en el mundo entero.

Hasta aquí, un accidente que le puede pasar a cualquiera. Lo que fue de piratas, fueron las maniobras elaboradas por Shell para prometer una indemnización que nunca llegó a cambio de que la Municipalidad de Magdalena levantara su demanda contra la empresa.

Como se verá, el zorro puede perder el pelo pero no las mañas y Holanda es mucho más que tulipanes y bufandas color naranja.






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